La épica temprana tenía un papel didáctico; era la depositaria de todos los conocimientos necesarios para la función y cohesión de una sociedad pre o parcialmente literaria. Sirve de guía. Los héroes, sus hechos y por conexión sus mujeres fueron vehículos para la ilustración de modales sociológicos. Menéndez Pidal opinó que una función de la poesía épica era anunciar acontecimientos contemporáneos, pero además: ‘La épica no es un ocioso divertimiento, es para la vida, para la vida pública, […] poema más que para recrear, para levantar el ánimo a pensamientos hazañosos’. Eukene Lacarra estableció que las mujeres épicas ‘están representadas como algo muy valioso para los varones y su sociedad, actúen o sean pasivas. Su importancia radica, en última instancia, no en quiénes son de manera concreta, sino en qué representan para esta sociedad dirigida por los varones y al servicio de sus intereses y ambiciones’. Estas afirmaciones son precisas para las mujeres que Lacarra estudia (Jimena, esposa del Cid, y Sancha, esposa de Fernán González) que son ‘mujeres cuya actividad debe tener como único objetivo el matrimonio y dentro de él la subordinación a la autoridad del marido. Sólo en este caso podrán tener autoridad’. Habría que añadir otras esposas modelos como Sancha, la madre de los siete infantes de Lara, y la joven novia, esposa y viuda del Infante García. Esta ejemplaridad de la figura femenina no sorprende dentro del propósito de la épica tal como se entiende.

Hay, sin embargo, otras mujeres en la épica medieval española que no cuajan en el retrato colectivo de ‘buenas’ esposas y madres. Cabe preguntarse, pues ¿cuál es la función didáctica de las ‘malas’ mujeres que también aparecen en las leyendas, así como la Condesa Traidora, Lambra en la leyenda de los siete infantes de Lara y, especialmente Urraca de Castilla. Seguramente se puede decir que éstas forman el reverso del modelo ejemplar: la Condesa Traidora por su supuesta voracidad sexual y deslealtad matrimonial y filial que muere envenenada por su propia poción; y la ambivalencia emocional si no sexual de Lambra frente a su sobrino que termina en la muerte de ambos—ella descuartizada y quemada viva. Como en todo texto mítico, la bondad es alabada y la maldad es castigada. Efectivamente, estas mujeres que no están subordinadas a la autoridad de un hombre son las que controlan o procuran controlar a los hombres.