The author's earlier thoughts about Mesoamerican and Peruvian horizon styles and regional stylistic diversity have been given new meaning by the concepts of “corporate” and “exclusionary” states as these have been formulated by R. E. Blanton and colleagues. Their synthesis should open the way for further dialogue concerning the processes of state formation as these can be observed in the archaeological record.

More than 1,200 artifacts from Tikal provide new information about the presence of Mexican obsidian in the Maya Lowlands and Teotihuacan"s possible role in its transmission. In addition to the source of green obsidian near Pachuca, six other Mexican sources were identified in the Tikal sample. These artifacts date from the early Late Preclassic into the Early Postclassic periods. Over 96 percent are prismatic blades and thin bifaces, whose recovery contexts, spatial distributions, and signs of use-wear indicate they were predominantly utilitarian and domestic artifacts used by all social groups. They were commodities that were transported over Highland-Lowland long-distance exchange networks of considerable time depth. This long-standing, interregional exchange of goods is essentially different from the relatively brief adoption and integration during the Early Classic period of objects, art styles, and behavior of Teotihuacan origin. Obsidian sequins and eccentrics of Teotihuacan style were material components of this latter phenomenon. Their forms and recovery contexts suggest use in rituals borrowed from Teotihuacan, but by lesser elites or wealthy commoners rather than by Tikal"s rulers.

Aunque se tienen evidencias tempranas del uso de cal en el área Maya, fue a partir del uso de los recubrimientos de cal en Teotihuacan que se generaliza su empleo en el Altiplano central de México. Con el fin de determinar el impacto que la utilización de la cal tuvo en el medio ambiente y en la sociedad que la produjo, se realizaron estimaciones de la superficie total recubierta con aplanados en la ciudad prehispánica y de la cantidad de energía que requiere la roca caliza para transformarse en cal utilizable. Con estos datos se hizo una estimación de la cantidad de madera necesaria para producir esa energía. Los resultados sugieren que aunque fue grande la cantidad de madera requerida, no dejó señales de su explotación en los sedimentos del Valle de Teotihuacan, lo que sugiere que la cal fue procesada de lugares cercanos. Se concluye que durante su evolución, la ciudad de Teotihuacan manejó procesos tecnológicos cada vez más complejos que demandaron mayores cantidades de energía. Dada la cantidad de energía, el desarrollo tecnológico involucrado en su producción y la información que proporciona, la cal merece un sitio más destacado entre los materiales estudiados por la arqueología.

En este artículo presentamos nuevos datos arqueológicos que aumentan nuestro conocimiento acerca del papel del perro (Canis familiaris) en tiempos prehispánicos, principalmente en lo que se refiere a su morfología general y número de razas presentes en el centro de Mesoamérica. Una colección de 27 perros provenientes de entierros, pertenecientes a la más antigua ocupación (650-750 d. C.) de la ciudad de Tula, Hidalgo, fue estudiada y los resultados muestran la presencia de tres razas perfectamente definidas. Este hallazgo permite, por primera vez y a partir de un análisis científico, establecer la existencia de varias razas de perros mesoamericanas y definir su aspecto general. Los tipos reconocidos incluyen (1) un perro de talla media con el cuerpo cubierto de pelo, (2) otro de dimensiones similares pero sin pelo y (3) otro más pequeño, con pelo, pero con miembros 30% más cortos. Los datos se ajustan muy bien a las descripciones de Bernardino de Sahagún sobre los perros del centro de México en el siglo dieciseis d. C., así que nuestro estudio nos permite establecer la presencia de estos animales en la región central a partir del siglo siete d. C. Las tres razas incluyen el perro común mesoamericano o itzcuintli, el perro pelón xoloitzcuintli y el perrito de piso o tlalchichi. Además, el establecimiento de tres razas distintas resuelve debates en la literatura sobre el índole de los perros prehispánicos de México.