Silencios, olvidos e ideologías

La manera en que la leyenda se presenta es una explicación o interpretación que resuena en las expectativas de su época; habla del pasado en términos de un presente comprensible para su público; pone énfasis donde se piensa que es necesario. Diego Catalán, en ‘Monarquía aristocrática y manipulación de las fuentes: Rodrigo en la Crónica de Castilla, el fin del modelo historiográfico alfonsí’, apunta que:

Los énfasis, como los silencios, no son nada fortuitos y van a narrar otra historia de la historia narrada: la historia de los mitos fundacionales, la historia de las motivaciones ideológicas, la historia de los elementos no narrados, la historia de los elementos que tomarán la ascendencia en la memoria colectiva. Con razón, para Walter Benjamín, articular el pasado histórico implica captar la memoria en un momento de peligro y de lucha. Dice: ‘En cada era hay que intentar romper el vínculo entre la tradición y el conformismo que la ahoga’ con la esperanza de ‘atizar la chispa de la esperanza en el pasado’.

Al considerar estas historias de orígenes épicos medievales, es importante reconocer el valor político que tuvo el teatro heroico español. En el Siglo de Oro y en el Barroco se entiende cómo el énfasis se ponía en establecer la unidad del reino y del nuevo imperio, buscando explicaciones para justificar o por lo menos explicar a qué se debió la pérdida de la España visigoda. En el siglo de las luces, a unos pocos años del estreno de Triunfos de valor y honor en la corte de Rodrigo de Manuel Fermín de Laviano (1785), en donde se dice que los asturianos eligen a su rey por mayoría absoluta, no es sorprendente que cuando Godoy buscaba explicación de la rebeldía popular en contra de sí mismo y del rey Carlos IV echara la culpa a los autores que habían puesto episodios parecidos de la historia en escena.