La tarde del 25 de octubre de 1555, vestido de negro y luciendo como único adorno el collar de la Orden del Toisón de Oro, Carlos V se presentó en el salón del trono de su palacio en Bruselas para anunciar que había decidido abdicar y abandonar la vida pública. La humillante huida de Innsbruck causada por el avance del que antaño fuera su aliado, Mauricio de Sajonia, y la derrota sufrida en Metz en 1552 habían culminado en la renuente aceptación de la Paz de Augsburgo, que el Emperador había firmado hacía apenas un mes. Se sumaban a estos reveses una salud cada vez más precaria, que se resentía de habituales ataques de gota, y un pesimismo creciente en el ánimo del anciano soberano. Enfermo y desengañado, el César sentía que poco más podía hacer al frente del imperio. En el emotivo discurso leído ante la palaciega concurrencia, el último de su carrera, resumía su vida a la vez que dictaba implícitamente cómo quería que se recordara su actuación política. En él pasa revista a su juventud y a sus muchos viajes y campañas hasta las más recientes, para las que siempre, dice, había contado con la ayuda de Dios. El cansancio, no obstante, ha hecho mella en él, y reconociendo que ya no tiene fuerzas suficientes para administrar sus estados cede el poder a su hermano y a su hijo. Se trata de un acto de gran responsabilidad porque, según sus mismas palabras, el príncipe que no puede defender su reino puede causar gran daño a sus súbditos.
Uno de los aspectos más relevantes de este discurso es la preocupación de Carlos V por su memoria póstuma, un sentimiento que le había acompañado toda su vida. En un tono conmovedor, el relato biográfico del Emperador está presidido por esta idea, que vincula de forma muy clara a un elemento central: la guerra. El grueso del discurso se ocupa de recordar que ha pasado la mitad de su reinado luchando contra su voluntad y habla de sus campañas contra Francia, su gran enemiga, y de la cruzada contra el Turco. Sin embargo, quizá a la luz de los últimos acontecimientos y en un acto de revisión de su carrera, se impone el recuerdo indeleble de la guerra contra los príncipes y nobles de la Liga de Esmalcalda.