A principios de 1607, una vez obtenidos la licenciatura y el doctorado en Teología por la Universidad de Sigüenza,1 Balbuena eleva personalmente, tras la fallida solicitud preparada en 1592, un expediente al Real Consejo de Indias con el objetivo de obtener una canonjía en la Ciudad de México o en Tlaxcala. En esta segunda oportunidad, además de aprovechar el expediente que hacía quince años había preparado con su padre, el autor de Grandeza mexicana incorpora diversos documentos obtenidos en la Nueva España y en la península ibérica entre 1604 y 1606. Como parte del voluminoso expediente, Balbuena incluye una semblanza propia en la cual, además de referirse a los elogiosos documentos que apoyan su solicitud, menciona sus credenciales académicas y se autofigura2 como un individuo de impecables servicios que en las minas del Espíritu Santo y en San Pedro de Lagunilla predicó “con grande aplauso y acept[ac]ión del pueblo por ser muy gran letrado, y muy buen predicador”. Más importante aún es el hecho de que Balbuena invoca su mejor disposición moral como uno de los principales sustentos para su solicitud, ya que “es hombre muy virtuoso, de buena vida y costumbres y digno que su Magestad le haga merced de alguna dignidad o prebenda por ser muy capaz dello” (AGI, México 296, s.p.).

A lo largo de los diversos documentos que conforman el expediente aparecen frecuentes referencias a la “virtud”, las “buenas costumbres” o mores y la correcta vida del valdepeñero. Para Balbuena, estos vocablos lo representan adecuadamente puesto que, en tanto que inmigrante peninsular que arriba a la Nueva España pasados los veinte años de edad, Balbuena se considera un individuo virtuoso debido a su origen en la templada Europa mediterránea y, por tanto, poseedor de la mejor disposición para ejercer altos cargos burocráticos y para administrar encomiendas. A diferencia de los bárbaros indígenas del destemplado trópico novohispano, y a diferencia de unos “indianizados” criollos que, a pesar del notable ingenio que les otorga su tórrido lugar de nacimiento y de los servicios marciales de sus antepasados, carecen de las virtudes morales necesarias para gobernar el virreinato, a Balbuena le importa subrayar su propia disposición virtuosa.