Hace ya más de tres décadas que los factores relacionados con la transmisión, la circulación y la recepción de la literatura áurea dejaron de ser aspectos complementarios y marginales que formaban parte de la sociología de la literatura o de la bibliografía, entendidas estas como disciplinas auxiliares de la filología, para ser, por derecho propio, condicionantes esenciales para la explicación de los fenómenos y procesos que acontecen en la historia de la literatura. Desde entonces, y hasta hoy, este ha sido uno de los ámbitos de estudio que más se ha acrecentado, debido, en parte, a que se nutre de diversas disciplinas y orientaciones metodológicas: la bibliografía material; el proceso de producción del libro y su aplicación a la edición de textos; la historia de la imprenta; la paleografía; la crítica textual; la archivística; la historia social y de las mentalidades; la estética de la recepción, en todos sus enfoques; la historia de la lectura. Se puede estimar, en fin, que el extraordinario desarrollo de estos métodos y perspectivas permiten escribir de forma indirecta nuestra historia de la literatura aurisecular, como ya ha esbozado para la poesía de forma muy sugerente Ignacio García Aguilar.