En el segundo de sus Himnos (vv. 108-12), Calímaco se acogió al simbolismo universal del agua para sugerir la posibilidad de dos formulaciones poéticas divergentes, de modo que los mares y ríos tempestuosos connotaban el poema de amplio aliento, mientras que, por su parte, las fuentes evocaban la poesía de menor factura. El propio Horacio hizo uso después de la consabida metáfora en la Epístola I, 3 (vv. 9 y ss.), al enfrentar los géneros cumplidos (léase épica, tragedia o lírica pindárica) con las especies menores: el epigrama, la elegía, etc. Esta axiología figurativa de lo grande y en movimiento, por el contrario de lo pequeño y en quietud, conoce en el venusino una imagen simbólica por añadidura, que entraña incluso un escalón más bajo en la consideración de los géneros literarios. Porque, cuando en la Epístola II, 1 (vv. 250-1) se refiere a sus propias sátiras y epístolas, las califica de sermones, o sea, conversaciones o charlas, propias de la musa pedestre, que se arrastran por el suelo (repentis per humum), en contrapartida de las elevadas gestas heroicas. Mares, ríos, fuentes, suelo … Imágenes todas ellas que sugieren un discriminatorio juicio de valor sobre las distintas modalidades poéticas, una oposición que, andando el tiempo, se recoge igualmente en el verso de Bartolomé Leonardo de Argensola que sirve de título a este trabajo.