Las historias literarias y de los textos nos barajan nombres de autores y títulos de libros. Poner un poco de orden puede ser una labor bibliográfica de tono menor o un quehacer fundamental y titánico. Voy a pespuntear en las líneas siguientes una de las primeras. Me referiré a algunas obrecillas de la legión que forman nuestro corpus de la literatura popular impresa del siglo XVI, intentado situarlas en su más o menos cierto contexto y ofreciendo una propuesta para desenmarañar sus andanzas editoriales y ‘autoriales’, tan comunes en la silente historia editorial de los pliegos sueltos.
En 1552, Juan de Junta estampa en Burgos un libro cuya portada se puede ver encarada a esta página. La singularidad de la publicación estriba, por un lado, en ser una especie de miscelánea en la que fray Antonio de Espinosa, dominico y presentado de su orden, ha decidido agavillar sus trabajos más recientes y más antiguos; y, por el otro, en que algunas de esas obras ya han tenido una vida en el ámbito de la literatura popular impresa de la primera mitad del siglo, anónimas o protegidas con otro nombre. Espinosa reivindica la paternidad de esas obras en la dedicatoria a don Pedro Sarmiento, cuyo escudo familiar con los trece roeles, en oro y en campo rojo, si se hubiera impreso a color, campea en la portada –este apellido no es la única vez que aparecerá en estas páginas e invito al lector a retenerlo–:
Hanse enflaquescido y azedado tanto los estómagos de los hombres para las cosas divinas, muy illustre señor, a causa de estar hechas a las humanas, que sin quererlo dezir dizen lo que dezían los hijos de Israel a Moysén: “Los manjares del cielo ya nos provocan a vómito.” A cuya causa los letrados y predicadores y aquellos a quien toca proponer al pueblo la doctrina divina y darles los manjares spirituales y a comer aquel celestial Cordero tienen necessidad de dárselo bien guisado y con salsas y saynetes como a enfermos de la salud del alma para que lo puedan comer […] Y teniendo yo esto por muy cierto, y juntamente con que la variedad de las doctrinas suele quitar la pesadumbre que, para algunos, ellas se traen consigo, hize un tratado de materias divinas y humanas.