Si bien las variaciones del género gótico y el cine de horror han servido como vehículo de visiones críticas de la realidad política o socioeconómica latino-americana desde hace mucho tiempo, durante el siglo XXI se ha venido afian-zando el subgénero de las películas de horror político. Estas películas están muchas veces conectadas con otras narrativas que se nutren de la memoria histórica y el discurso de los derechos humanos, que en ciertos casos también buscan visibilizar o denunciar ciertos tipos de violencia en contra de pobla-ciones marginalizadas. Ejemplos de estas producciones culturales incluyen no solo las películas del director mexicano Guillermo del Toro sobre la Guerra Civil española, El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), sino también otras películas, como Sudor frío de Adrián García Bogliano (2011) y Aparecidos (2006), dirigida por Paco Cabezas, relacionadas con la dictadura argentina; El páramo (2011) de Jaime Osorio Márquez, cuya historia conecta con el conflicto y el posacuerdo colombiano; y Vuelven (2017), dirigida por la mexicana Issa López, sobre la guerra contra el narco en México desde la perspectiva de los niños sin hogar. La llorona (2019) de Jayro Bustamante pertenece a este subgénero, al tiempo que se aparta de otras adaptaciones del mito de la llorona. En el caso de la película de Bustamante, el horror se acerca a las narrativas críticas de los procesos de verdad y reconciliación, tematizando la impunidad de los posconflictos centroamericanos y el genocidio maya. El regreso de lo reprimido en el pasado tiene un papel central en este filme, vin-culado con el miedo, latente o explícito, hacia el espectro del comunismo y sus avatares subversivos durante la Guerra Fría. La película representa un ajuste de cuentas con los fantasmas del pasado al tiempo que busca una manera de confrontar los duelos no resueltos causados por el conflicto en Guatemala. El marco hauntológico es valioso para resolver en lo posible estas ausencias fantasmales y terminar con el silenciamiento de las estrategias de muerte apoyadas directamente por el Estado en este contexto.

Las tres películas del director Jayro Bustamante representan lo que, según él, la mayoría de los guatemaltecos considera los tres peores insultos. Ixcanul (2015), filmada en Kaqchikel y centrada en una adolescente maya que busca agenciar libremente su sexualidad y su embarazo, encarna el insulto “indio”.