¿Puede ser narrada una novela desde el miedo? ¿Puede este verbalizarse? ¿Existe una narrativa del miedo que no esté directamente relacionada con el género de terror? ¿Están la violencia y el miedo intrínsecamente relacionados? Todas estas son preguntas que el lector se plantea de inmediato al situarse frente a Mandíbula, la tercera novela de la ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988). En una conferencia impartida en 2018 en la Universidad de Salamanca, la escri-tora advertía de que, si hay algo fundamental para un autor, es preguntarse acerca de aquello que le ha llevado a escribir, pues solo de ese modo podrá alcanzar tanto una conciencia de su escritura como una estética acorde a su posiciona-miento ético. Siendo así, la joven y ampliamente reconocida narradora apuntaba hacia la violencia como origen y motivo de su literatura.

Ante un contexto determinado por la abrumadora irrupción de jóvenes autoras, resulta interesante, a la par que necesario, preguntarse por las estéticas predominantes y por los temas que abordan estas narrativas. Entre ellos, cabe afirmar que la violencia que ha asolado a América Latina constituye todavía hoy un eje fundamental. Sin embargo, críticos como Oswaldo Estrada, quien en 2015 señalaba que “una buena parte de la literatura actual sigue [seguía] andando con pasos firmes por el sendero de la violencia” (26), advierten hoy una saturación de la violencia explícita en la narrativa de todo el continente. Es este desbordamiento el que ha motivado un tránsito desde la representación de la violencia social o estatal hacia una violencia íntima rastreable en la producción de numerosas escritoras contemporáneas.

Sin ir más lejos, se advierte en la narrativa ecuatoriana más reciente —a partir de voces como las de María Fernanda Ampuero, Solange Rodríguez Pappe, Daniela Alcívar Bellolio, Natalia García Freire y la propia Mónica Ojeda— un viraje desde el interés por retratar la convulsión sociopolítica del país hacia las repercusiones que la violencia generalizada ha tenido en los individuos y en los entornos más privados como el de la familia. Este cambio se encuentra, además, directamente relacionado con unas condiciones históricas particulares: las oleadas masivas de lucha contra la violencia de género que se han venido produciendo desde 2017.