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Ethnogenesis - Indígenas de la nación. Etnografía histórica de la alteridad en México (Milpa Alta, siglos XVII–XXI). By Paula López Caballero. Translated by Marco Gallardo Uribe. Mexico City: Fondo de Cultura Económica, 2017. Pp. 322. $18.34 paper.

Published online by Cambridge University Press:  22 November 2018

Guillermo Zermeño*
Affiliation:
Colegio de México, Mexico City, Mexicogmoz@colmex.mx
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Abstract

Type
Book Review
Copyright
Copyright © Academy of American Franciscan History 2018 

El sujeto de esta historia antropológica no es tanto el “Estado de la posrevolución,” como se afirma en este libro, sino simple y llanamente el Estado de la Revolución Mexicana. Aunque, es verdad, está elaborada desde una perspectiva “posrevolucionaria” y posnacional, es decir, aquella que se despliega a partir de las reformas hechas durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988–1994) al modelo del Estado de la Revolución Mexicana. Este sistema de dominación política se plasmó fundamentalmente durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934–1940), teniendo como punta de lanza la creación del Partido de la Revolución Mexicana concebido como partido de Estado; en deuda, no obstante, con la creación anterior del Partido Nacional Revolucionario de 1928 bajo la dominación del presidente Plutarco Elías Calles. Dichas reformas salinistas, por su parte, tuvieron lugar en un contexto político y económico atravesado por lo que se conoce actualmente como entrada en el periodo de la “globalización.” Por eso pienso, a diferencia de lo postulado en el texto, que no hay “Estado de la posrevolución” hasta el momento en el que se realizan las reformas del Estado de la Revolución Mexicana durante el sexenio de Salinas de Gortari, enmarcadas por el desafío de la actual globalización.

Por otro lado, el estudio sobre dicho sistema de dominación política y su transformación está construido a partir de la perspectiva de los estudios de la subalternidad. Toma como eje del análisis la categoría étnica de la “indigeneidad,” no tanto el de clase social como se acostumbraba anteriormente. La óptica “subalternista” le permite a la autora mostrar—en discusión con otros acercamientos a las relaciones de poder—que, en efecto, puede haber dominación, pero sin hegemonía. Siempre es posible descubrir puntos de fuga y fisuras en las relaciones establecidas entre quienes ponen las reglas de juego y sus súbditos. Para mostrarlo la autora se sirve de un estudio de caso, el de Milpa Alta, una de las delegaciones políticas del actual gobierno de la Ciudad de México.

La historia está estructurada en dos grandes apartados. El primero apunta a trazar la evolución y el modo como se ha transformado la cuestión relacionada con los orígenes “históricos” de sus pobladores. El segundo se concentra principalmente en analizar el modo como la categoría de la “indigeneidad” fue construida y utilizada por la antropología mexicana durante el siglo XX hasta su crisis en el contexto de la globalización, en el marco de la intervención mancomunada de organismos internacionales como la ONU y el gobierno de la posrevolución. Es el momento en el que se ponen las bases para establecer una nueva manera de nombrar a sus pobladores: como habitantes representantes de los “pueblos originarios.” Así, de ser concebidos como indígenas “herederos de los aztecas,” un constructo cultural del periodo nacional, pasaron a ser etiquetados durante el periodo posnacional reciente, como representantes de los antiguos pobladores “originarios.”

En ese sentido uno de los aspectos relevantes de este trabajo consiste en estar situado en los márgenes de nuestro presente globalizado que interpela tanto a las convenciones del saber antropológico como del historiográfico. Esto se advierte en la voluntad de López Caballero de discutir, sobre todo en relación con la antropología y menos con la historiografía, el modo como ha sido tratada la cuestión del “origen” de la nación mexicana, en particular el modo como los habitantes de Milpa Alta a lo largo del tiempo han maniobrado con dicha cuestión. Parte del análisis de un documento (“título primordial”) del siglo XVII enmarcado por un conflicto de tierras en el que se muestra que la cuestión del origen se resolvió entonces mediante el reconocimiento de la “conquista espiritual” y el de la potestad del emperador Carlos V sobre su territorio. Sus actantes se reconocían como súbditos de la monarquía española al tiempo que construían su identidad a partir de uno de los elementos de la simbología religiosa del cristianismo: la aparición y la figura de la Virgen, un hecho que daría fe del éxito de la “conquista espiritual” emprendida por los misioneros y predicadores acompañantes de los conquistadores. En este caso el “origen” remitió no tanto al periodo prehispánico.

El recurso a dicho periodo para dar cuenta del “origen” de los habitantes de Milpa Alta y de la nación mexicana en general sólo se hará visible conforme la nueva entidad política (nacional y poscolonial del siglo XIX) construya su identidad mediante el trabajo de los historiadores modernos. Este largo siglo XIX merece apenas unas cuantas páginas en el escrito reseñado, en buena parte porque su interés se concentra en los avatares de la antropología y de lo que la autora denomina “estado posrevolucionario” a partir de 1930. En ese sentido no se encuentra en el texto una discusión con el modo como la historiografía nacionalista moderna ha construido la identidad de la nación a partir de la mistificación de un pasado glorioso, heroico, azteca, retomado y magnificado por el Estado de la Revolución Mexicana. Se podría ver, por ejemplo, cómo la inclusión de lo prehispánico como origen de la nación moderna vino a cumplir una función de homologación de la nueva entidad política con la de otras naciones igualmente modernas; cómo la estilización de una estética neoclasicista “azteca” fue una forma de construir un mundo, distinto pero comparable, al de las naciones europeas que hicieron algo similar con lo griego, lo romano, y lo egipcio. Y, en efecto, el principal ejecutor de este artificio histórico-cultural no es tanto el Estado de la Revolución Mexicana como el de la Nación-Estado que va sentando las bases de su dominación sobre el territorio nacional a lo largo del siglo XIX. En esa labor, más que los antropólogos, son los historiadores los que adquieren mayor protagonismo. Esto ha quedado patentizado en trabajos críticos de una antropología “histórica” nacionalista como los de Guy Rozat: Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México (1992) y Los orígenes de la nación. Pasado indígena e historia nacional (2001).

Lo novedoso del estudio, en todo caso, radica en partir de los cambios observados en esa forma de explicar ese origen propio del nacionalismo mexicano, basado en el mundo azteca (los espartanos americanos), al que habría que añadir, el mundo de los mayas (los ateneístas americanos), hasta su reconceptualización reciente cifrada ya no en el “pasado indígena” sino en la noción de “pueblos originarios.” Un cambio de denominación alentada por la globalización, pero en la que se observa todavía fuertes rasgos de etnocentrismo. En ese sentido el momento actual está siendo rico en reinventar tradiciones añejas a distintos niveles: locales, regionales, y nacionales.

En suma, pienso que el principal logro de este estudio radica en mostrar que esa “alteridad” connotada étnicamente (una acepción que adquiere mayor relevancia a partir de los saberes construidos durante el periodo de la construcción de la nación durante el siglo XIX) está sufriendo una transformación semántica triple acotada por tres sistemas de dominación: el colonial, el nacional, y lo posnacional o posrevolucionario.