De Alfonso de Cartagena a Juan de Mena, de Juan de Lucena a Diego de Valera, pasando por Diego de Burgos o Pero Díaz de Toledo –eclesiásticos, hombres de gobierno y, quien por profesión, quien por vocación o por mera simpatía, de letras–, en fin, parece que un número interesante de intelectuales del siglo XV, mayores, menores y mínimos, fueron conversos. Desde los tiempos de don Américo Castro y don Eugenio Asensio, la polémica sobre el tema está servida, y ni nos vamos a asomar a ella (Nieto Soria 1993: 232).
Y eso que, en efecto, aquellos tiempos –ese siglo XV tumultuoso y mudable– no eran precisamente favorables para los judíos:
Siguiéronse los alborotos de Toledo en julio y agosto de 1467; los de Córdoba, en 1473, en que sólo salvó a los conversos de su total destrucción el valor y presencia de ánimo de D. Alonso de Aguilar; los de Jaén, donde fué asesinado sacrílegamente el condestable Miguel Lucas de Iranzo; los de Segovia, 1474, especie de zalagarda movida por el Maestre D. Juan Pacheco con otros intentos. La avenencia entre cristianos viejos y nuevos se hacía imposible. Quién matará a quién, era el problema (Menéndez Pelayo 2000: 410).
El dato está ahí, y nos interpela, nos pregunta encarecidamente por la relación entre la condición conversa y una cierta inspiración literaria y cultural –laica, culta, tendencialmente cosmopolita, humanística (y humanista) en su inspiración: si no fuera demasiado decir, ‘comprometida’–. El caso es que, por decirlo pronto y mal, una nueva ‘burguesía’ conversa iba a renovar el aire –frívolo o tétrico pero siempre prudentemente alejado de los clásicos– de la literatura castellana.
De la mano de algunos de ellos, se perfilaba una nueva literatura de triple dimensión: la latinidad clásica llega a Castilla vía humanismo italiano. Homero pasa por Decembrio, Aristóteles (el nuevo Aristóteles), por Bruni; los héroes antiguos, por Petrarca y Boccaccio… . En torno a la corte y a determinadas figuras de la nobleza –Santillana in primis– parece que se va articulando una alianza intelectual pero también política: humanismo, ética y Estado.
Había que estar dispuestos a la innovación y a la renovación: nada mejor que toda una clase social e intelectual en busca de legitimación y de prestigio.