Mucho se ha escrito y especulado sobre las culturas negras de América. Y cuando pensamos en ellas en abstracto, casi siempre acuden a la mente las mismas imágenes: dioses africanos, sistemas esotéricos de adivinación, collares de colores, medicina mágica, fieles en estado de trance. Esto se debe, en primer lugar, a que éstos han sido y siguen siendo elementos importantes del patrimonio cultural de numerosos grupos negros de nuestro continente. Se debe también a que, gracias a la paciente labor de investigadores tales como Roger Bastide, Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Alfred Metraux y otros, hoy poseemos una riquísima—aunque no exhaustiva—información acerca de la cultura de muchos de esos grupos. Existe, sin embargo, otro mundo negro casi totalmente inexplorado. En éste, el recuerdo del Africa no se advierte a flor de piel y las raíces de su tradición oral y de sus prácticas religiosas son, al menos en ciertos aspectos formales, más europeas que africanas.